La adolescencia es una etapa de
fundamental importancia en la vida de las personas. Es un periodo en el que se
producen cambios intensos en cada una de nuestras dimensiones. Se le considera
el paso de la niñez a la adultez.
Este periodo se inicia con la
pubertad, etapa en la que se producen una serie de cambios físicos y
fisiológicos. Estos cambios son, en gran parte, originados por la producción de
hormonas sexuales que preparan al organismo para la reproducción, aunque a
nivel psicológico aún no exista suficiente madurez para vivir este proceso.
Durante la adolescencia, también
empieza a producirse una serie de cambios en cuanto al desarrollo intelectual.
El pensamiento va dejando de ser concreto (basado en objetos o hechos reales) y
poco a poco va apareciendo el pensamiento formal (o abstracto). El adolescente
va perfeccionando sus habilidades cognitivas: el nivel reflexivo aumenta, se
amplía la capacidad de memoria y hay un mejor dominio sobre los procesos
intelectuales (percepción, atención y lenguaje); también alcanza un nivel
inicial de metacognición.
En esta etapa se pierde el
vínculo de dependencia que se tenía con los padres. Este vínculo es sustituido
por nuevas relaciones sociales, donde cobra importancia el grupo de amigos y
compañeros, con su lenguaje propio, su vestimenta, sus formas de llamar la
atención, etc.
CAMBIOS FAMILIARES EN
LA ADOLESCENCIA DE LOS HIJOS
En la familia también se
producen cambios con la adolescencia del hijo. Supone una crisis anunciada por
la presencia de las características de la etapa evolutiva: confusión y ruptura,
cambios y nuevas necesidades, revisión de normas y límites, dificultades para
crecer y acercarse a la madurez, crisis de la polaridad
dependencia-independencia, aceptación de lo diferente y dejar crecer...
Se atraviesa en ella un período
de transición que supone el cambio de las identificaciones logradas durante la
infancia a la diferenciación que culmina en la consolidación de la identidad
personal.
Durante la adolescencia del hijo,
la familia tiene que afrontar cambios en la estructura familiar ya que el
adolescente vive más hacia fuera que hacia dentro de la familia y en este
sentido pueden señalarse algunos rasgos que dan una idea de cuanto acontece en
este ciclo vital.
Flexibilización de los límites
Es necesaria por cuanto que los
establecidos durante las etapas infantiles necesitarán un reajuste ante las
nuevas necesidades.
Este cambio afecta, por ejemplo,
cuando los hijos van creciendo y han de responder de manera diferente a las
necesidades personales, sociales o familiares que se les van imponiendo. Si los
límites durante la infancia son muy reducidos, en etapas posteriores
(adolescencia y juventud) han de ampliarse. De lo contrario el hijo se
encontrará incómodo y pueden aparecer conductas de rebeldía que complicarán
enormemente la relación y la convivencia.
Crisis de valores
Consecuencia inevitable del
cambio que hay que introducir por las nuevas exigencias y elección de
referencias en torno a las que hacer elecciones de distinta naturaleza.
En este sentido es frecuente
encontrarse con que los hijos “discuten”, “ponen en duda”, “critican” y hasta
“rechazan” aquellos valores que han recibido de los padres hasta un determinado
momento de su vida. Este fenómeno no tiene ningún sentido peyorativo o
negativo, ya que es el fruto natural de un crecimiento intelectual y una
consecuencia de la acentuación del espíritu crítico que va creciendo con la
edad.
Revisión de reglas
Es un paso inevitablemente
necesario dado que las reglas válidas en una etapa evolutiva han de ser
replanteadas para asegurar la permanente evolución de cada persona.
Esta revisión se da siempre que
hay que llegar a nuevos acuerdos sobre los modos de funcionar de la familia y
que, por los cambios operados en la misma, ya no resultan convenientes. Entran
ahí, por ejemplo, reglas respecto a horarios de convivencia familiar (comida,
cena, fines de semana...), horarios de ocio (tiempo libre de cada cual, salidas
nocturnas, libertad en días de vacación, etc). Una rigidez excesiva en estos
aspectos puede llevar a rupturas violentas o a la aparición de comportamientos
que enrarecen la vida familiar.
Nuevo reparto de roles
Se deriva de la organización que
hay que implantar en la familia para que funcione adecuadamente. Es una
variable de la que dependerá el buen funcionamiento de la dinámica familiar. Lo
importante es que cada hijo tenga unas tareas y responsabilidades personales de
cara al futuro de su crecimiento.
Redefinición de los límites
Está considerada como una de las
características fundamentales de la familia sana o funcional. Implica una clara
delimitación de las fronteras en que ha de moverse cada miembro de la familia y
cada subsistema (parental, filial,...) para contribuir a una doble finalidad:
la maduración de los sujetos y la operatividad de cada subsistema dentro del
sistema familiar global.
Juegos y luchas por el poder
Conforme avanzan los miembros en
edad reclaman mayor ámbito de influencia y presión. Esto origina poderes que
luchan entre sí. No es una señal de mal funcionamiento familiar. El peligro
reside en que la lucha que origina desencadene tensiones que provoquen un
estrés familiar excesivo o un deterioro de otros niveles de interacción.
Desafío y ruptura de mitos
El mantenimiento de mitos es un
mecanismo de defensa que ponen en juego todos los grupos humanos. En la familia
sucede lo mismo. El hijo que crece, y como una manifestación sana de su
independencia y autonomía, tratará de romper los mitos existentes. Es una buena
oportunidad para revisarlos y cambiarlos a fin de que en ningún momento lleven
consigo una paralización del desarrollo por querer mantener el pasado que
representan.
Recambio de rituales
Muchas familias se angustian ante
la necesidad de modificar algunas de sus costumbres encarnadas en rituales que se
mantienen a toda costa. Lo importante es elaborar entre todos nuevos modos de
funcionar, eliminando lo que paralice e incorporando nuevos resortes que
introduzcan elementos creativos en los que todos se vean comprometidos.
Revisión de las fidelidades adquiridas y creación de otras nuevas
La familia actual está aún
demasiado anclada en fidelidades y lealtades ocultas con las que no se atreve a
enfrentarse. Ser fiel a un pasado familiar, a un padre o una madre adornada de
ciertas cualidades, puede ser positivo. Lo que hay que cuidar es que tales
fidelidades sean el fruto de una elaboración cuidada en la que se conserve lo
que dé consistencia a las personas y al grupo familiar y se introduzcan cambios
que mejoren la permanente evolución.
Nuevo enfoque de la cohesión familiar
Algunas familias mantienen una
aparente “unidad” cuando sólo logran mantener juntos a los miembros que la
integran. La cohesión familiar ha de ser el fruto de un trabajo en el que todos
pongan de su parte una voluntad de colaborar, apoyar, respaldar... La cohesión
que anule a las personalidades es nociva y destructiva.
Rigidez defensiva ante el miedo y las amenazas
Se deriva de la urgente necesidad
que tiene la familia de conservar lo que ha ido adquiriendo, tal vez, a través
de los mensajes transmitidos durante muchas generaciones. Ese bagaje es un buen
equipaje, pero no puede mantenerse de manera rígida. Hay que buscar medios de
defenderse del miedo y las amenazas, pero yendo siempre más allá de lo que es
una defensa rígida de lo conquistado.